SLa historia de la casa de Amityville no comienza con sangre ni gritos, sino con el sonido de martillos y el crujir de la madera fresca. En 1928, en el apacible pueblo de Amityville, Nueva York, se levantó una residencia de estilo colonial holandés en el número 112 de Ocean Avenue, una dirección que entonces no significaba nada más allá de su ubicación en un mapa. Situada en la costa sur de Long Island, a unas 30 millas al este de Manhattan, la casa fue construida en una época de optimismo económico, justo antes del colapso de la Gran Depresión.
Los Orígenes de la Casa de Amityville
El constructor, un contratista local cuyo nombre se pierde en los registros, diseñó la propiedad para una familia de clase media alta, aprovechando el auge de los suburbios como refugio. Con tres pisos, cinco dormitorios, un sótano espacioso y un terreno que se extendía hasta un pequeño embarcadero, la casa era un símbolo de estabilidad y prosperidad. Su fachada blanca, con persianas negras y ventanas circulares que luego serían vistas como ojos vigilantes, le daba un aire elegante pero acogedor.
El pueblo de Amityville en sí era un lugar pintoresco, fundado en el siglo XVII como asentamiento agrícola y pesquero. Para 1928, se había convertido en una comunidad costera próspera, con casas de veraneo y una iglesia presbiteriana que marcaba el centro. La llegada del ferrocarril y las nuevas carreteras hizo de Long Island un lugar atractivo. El 112 de Ocean Avenue, con su vista al agua, estaba estratégicamente ubicado para disfrutar de la brisa marina y la calma. En esos años, la casa era solo otra construcción común, sin mayor atención.
Sin embargo, comenzaron a germinar las semillas de una leyenda. Según relatos antiguos, los nativos Shinnecock consideraban el terreno un sitio tabú, donde dejaban a sus enfermos terminales, atrapando sus espíritus entre la vida y el más allá. Algunos afirmaban que el aire era más pesado, que los pájaros evitaban los árboles cercanos, y que los pescadores nativos no se acercaban al río. Aunque no hay evidencia arqueológica ni documental, el relato se arraigó en el imaginario local, dando al terreno una reputación inquietante.

A esta narrativa se suma John Catchum (o Ketchum), un supuesto brujo que huyó de los juicios de Salem en 1692 y se estableció en Amityville. Se decía que practicaba rituales prohibidos, incluyendo sacrificios, y que dejó una maldición en el terreno. Aunque no hay registros históricos de su existencia, su figura se convirtió en un ingrediente recurrente del mito.
En términos más concretos, los primeros años de la casa fueron anodinos. Cambió de manos varias veces entre 1928 y los 70, ocupada por familias comunes. No hay registros de tragedias ni fenómenos extraños; era un hogar típico de los suburbios. Los vecinos la veían como una casa más, con una ubicación envidiable junto al agua.
Pero la calma no duraría. Aunque las leyendas de los Shinnecock y Catchum carecen de base verificable, su persistencia muestra la tendencia humana a proyectar significado en los lugares, sobre todo cuando ocurre una tragedia. En 1928, nadie podía prever que esas historias susurradas se amplificarían, transformando un hogar ordinario en el epicentro de una narrativa de horror.
Este capítulo de los orígenes es una paradoja: un comienzo tranquilo y mundano que, visto en retrospectiva, parece cargado de presagios. La casa, con sus paredes recién pintadas y ventanas relucientes, era un lienzo en blanco, esperando que los eventos futuros dibujaran sobre ella una historia que resonaría mucho más allá de las calles de Amityville.
La Masacre de los DeFeo
La noche del 13 de noviembre de 1974 marcó un punto de inflexión irreversible para la casa del 112 de Ocean Avenue. Lo que hasta entonces había sido un hogar común en el tranquilo pueblo de Amityville, Nueva York, se transformó en el escenario de uno de los crímenes más brutales y desconcertantes de la historia reciente de Long Island. En esa fría madrugada de otoño, mientras las calles dormían bajo un cielo nublado y el viento susurraba entre los árboles desnudos, Ronald Joseph DeFeo Jr., de 23 años, acabó con la vida de toda su familia en un acto que aún hoy genera escalofríos y preguntas sin respuesta. Los asesinatos no solo destrozaron a una familia, sino que plantaron la semilla de una leyenda que crecería hasta envolver a la casa en un halo de infamia.
La familia DeFeo había llegado al 112 de Ocean Avenue en 1965, cuando Ronald DeFeo Sr., un hombre corpulento y ambicioso de origen italiano, compró la propiedad por unos $55,000. Ronald Sr., conocido como “Big Ronnie”, era un gerente exitoso en una concesionaria de automóviles Buick en Brooklyn, un negocio heredado de su suegro. Con su esposa Louise Brigante, una mujer de belleza serena y carácter reservado, había construido una vida próspera que incluía a sus cinco hijos: Ronald Jr. (“Butch”), Dawn (18), Allison (13), Marc (12) y John Matthew (9). La casa, con su diseño colonial holandés, sus amplios dormitorios y su embarcadero privado, era un símbolo de su ascenso social, un trofeo que reflejaba el sueño americano. Desde fuera, parecían la imagen perfecta: una familia católica devota, niños en escuelas locales y un padre orgulloso.
Pero tras las paredes del 112 de Ocean Avenue, la realidad era menos idílica. Ronald Sr. era un hombre autoritario, propenso a estallidos de ira, especialmente contra su familia. Louise vivía bajo su sombra, tolerando sus arrebatos. Ronald Jr., el mayor, era el blanco principal de los abusos. Desde joven, “Butch” mostraba conductas rebeldes, mal carácter, peleas y un creciente resentimiento. Abandonó los estudios y comenzó a consumir alcohol y drogas, incluyendo LSD y heroína. Su padre intentó controlarlo empleándolo en la concesionaria, pero las tensiones aumentaron. Los vecinos recordaban gritos frecuentes, aunque nadie imaginaba el horror que se gestaba.
La noche del crimen comenzó como cualquier otra. La familia cenó junta —un guiso preparado por Louise— y se retiraron a dormir cerca de las 10 de la noche. La casa estaba en silencio, salvo por el murmullo del viento. Ronald Jr., sin embargo, no dormía. Entre la medianoche y las 3 de la madrugada, tomó un rifle Marlin calibre .35, un arma de caza de su padre. Con una calma escalofriante, entró en la habitación de sus padres. Ronald Sr. (43) y Louise (42) dormían boca abajo cuando Butch disparó: dos tiros en la espalda de su padre y dos en su madre. La detonación resonó, pero nadie despertó.
Luego, Butch se dirigió a las habitaciones de sus hermanos. Dawn, leyendo una revista, recibió un disparo en la nuca. Allison, dormida, fue asesinada con un solo tiro en la cabeza. Marc y John, en su habitación compartida, fueron abatidos mientras dormían boca abajo. En total, seis disparos, seis víctimas, todos ejecutados en menos de 15 minutos. La policía luego concluyó que las gruesas paredes y el viento amortiguaron el sonido, pero el hecho de que nadie despertara —ni siquiera los perros— sigue siendo un misterio sin explicación clara.
A las 6:38 de la mañana del 14 de noviembre, Ronald Jr. irrumpió en el Henry’s Bar, a pocas calles de la casa, gritando: “¡Han disparado a mis padres!”. Con el rostro desencajado y manos temblorosas, pidió ayuda. Varios hombres lo acompañaron de regreso al 112 de Ocean Avenue, donde descubrieron una escena de pesadilla: sábanas empapadas de sangre, cuerpos inmóviles, olor metálico. La policía del condado de Suffolk llegó rápidamente, selló la casa y comenzó una investigación que se volvió caótica. Ronald Jr. lloraba, afirmando que un mafioso, Louis Falini, había matado a su familia. Pero la historia tenía grietas: no había entrada forzada, el arma estaba en la casa, y las huellas coincidían con las suyas.
Tras horas de interrogatorio, Ronald Jr. confesó. Dijo: “Todo empezó tan rápido. Una vez que comencé, no pude parar”. Alegó que “voces” en la casa lo incitaron a matar, susurros que lo llenaban de furia. La policía, escéptica, pensó en resentimiento familiar, drogas y dinero: Butch había robado de la concesionaria y había pólizas de seguro de vida. Pero la mención de las “voces” no pasó desapercibida. Los oficiales describieron una atmósfera opresiva en la casa. Los vecinos comenzaron a murmurar sobre viejas leyendas de los Shinnecock y John Catchum, mientras miraban las ventanas oscuras como esperando ver algo moverse tras ellas.
La comunidad de Amityville quedó conmocionada. Durante días, los titulares hablaron de la “Masacre de Ocean Avenue”. Niños evitaban pasar por la casa, y adultos especulaban en cafés. La iglesia local organizó una vigilia, y los cuerpos fueron enterrados en el cementerio de St. Charles en Farmingdale, tras un funeral con cientos de asistentes. El 112 de Ocean Avenue dejó de ser una simple casa: se convirtió en un lugar marcado, un recordatorio de que incluso en los suburbios más tranquilos puede esconderse el horror. Y aunque la investigación se centró en hechos tangibles, las “voces” mencionadas por Butch encendieron una chispa que se transformaría en incendio mediático y especulación sobrenatural.
El Juicio de Ronald DeFeo Jr.
El juicio de Ronald Joseph DeFeo Jr. comenzó el 14 de octubre de 1975, casi un año después de la masacre que había sacudido a Amityville y al país entero. El tribunal del condado de Suffolk, un edificio austero de ladrillo rojo en Riverhead, Nueva York, se convirtió en el epicentro de un drama que mezclaba crimen, locura y las primeras sombras de lo sobrenatural. Para entonces, el joven de 23 años conocido como “Butch” había pasado de ser un hijo problemático a un símbolo de lo impensable: un hombre que, en una sola noche, había borrado a su familia del mundo con un rifle calibre .35. El caso atrajo a multitudes de reporteros, curiosos y vecinos de Amityville, quienes llenaban las bancas del juzgado o aguardaban fuera bajo el cielo gris de otoño, ansiosos por entender qué había llevado a tal atrocidad. Lo que ocurrió en esa sala no solo sellaría el destino de Ronald, sino que también daría forma al mito que comenzaba a crecer alrededor del 112 de Ocean Avenue.
La fiscalía, liderada por Gerard Sullivan, presentó un caso contundente y metódico. Desde el primer día, Sullivan pintó a Ronald Jr. como un asesino calculador, motivado por odio, codicia y autodestrucción. Las seis víctimas —Ronald Sr., Louise, Dawn, Allison, Marc y John— habían sido encontradas boca abajo en sus camas, ejecutadas con disparos precisos entre las 3 y las 4 de la madrugada del 13 de noviembre de 1974. El rifle Marlin, hallado en un armario, tenía las huellas de Butch y nadie más. La ausencia de signos de lucha o robo descartaba la teoría del intruso. Sullivan argumentó que los motivos eran terrenales: peleas con su padre, el robo de $20,000, y las pólizas de seguro de vida. También se mencionó su historial de abuso de drogas y su comportamiento errático.
La defensa, encabezada por el abogado William Weber, apostó por una estrategia de insanidad, alegando que Ronald Jr. había perdido el control de su mente. El eje de su argumento eran las “voces” que Butch afirmaba haber escuchado esa noche. Ronald declaró: “Me decían que tenía que hacerlo”, y describió sombras que lo seguían y lo llenaban de pensamientos oscuros. El psiquiatra Daniel Schwartz diagnosticó un trastorno antisocial de la personalidad, posiblemente agravado por LSD y trauma infantil.
Pero la fiscalía contraatacó con fuerza. Sullivan presentó testigos que lo describieron como manipulador y violento. Un compañero dijo que Butch había amenazado con hacer “algo grande” tras pelear con su padre. El psiquiatra del estado, Harold Zolan, declaró que Ronald entendía la diferencia entre el bien y el mal. Sullivan también mostró las constantes contradicciones en su historia: culpó primero a un mafioso ficticio, luego a las voces, y hasta insinuó que Dawn podría haber estado involucrada. En su alegato final, Sullivan dijo:
“¿Un accidente? ¿Un delirio? No. Es un asesinato premeditado, ejecutado con frialdad”.
El juicio duró cinco semanas y fue un espectáculo mediático. Titulares como “El Hijo Maldito de Amityville” o “Voces del Infierno” acaparaban la prensa. Fotos familiares proyectadas en pantalla desgarraban a los asistentes. Vecinos se debatían entre la incredulidad y la furia. Algunos hablaban de algo raro en la casa desde siempre, otros veían a Ronald como un simple joven trastornado. La mención de las voces avivó rumores: ¿eran drogas, o algo más oscuro?
El 21 de noviembre de 1975, tras dos días de deliberación, el jurado declaró a Ronald culpable en seis cargos de asesinato en segundo grado. El juez Thomas Stark lo sentenció a seis cadenas perpetuas consecutivas de 25 años. Stark calificó el crimen como
“un acto de depravación casi sin precedentes”, pero no hizo mención a las voces. La prensa, sin embargo, no lo olvidó: pronto comenzaron a circular artículos que conectaban las palabras de Ronald con viejas leyendas de la región.
El impacto del juicio fue profundo. El 112 de Ocean Avenue quedó vacío, con un cartel de “Se Vende” que nadie quería considerar. Los precios bajaron, y la casa comenzó a ser evitada. Aunque el caso se cerró legalmente, las “voces” de Ronald quedaron como un eco inexplicable. Algunos insinuaron que Dawn pudo haber sido cómplice, otros empezaron a ver la casa como algo maldito.
Ronald fue enviado al Centro Correccional de Green Haven, donde pasaría el resto de sus días. El juicio cerró el capítulo policial, pero abrió una puerta al misterio. Las “voces” —reales o no— se convirtieron en el germen de una narrativa paranormal. El 112 de Ocean Avenue, silencioso y desierto, esperaba su próximo acto, mientras Amityville intentaba, sin éxito, dejar atrás la sombra de esa noche de noviembre.
La Llegada de los Lutz
El 18 de diciembre de 1975, menos de un año después de que Ronald DeFeo Jr. fuera condenado por la masacre de su familia, una nueva familia cruzó el umbral del 112 de Ocean Avenue. George y Kathy Lutz, junto con sus tres hijos —Daniel (9 años), Christopher (7) y Melissa, apodada “Missy” (5)—, llegaron a Amityville con una mezcla de esperanza y pragmatismo, dispuestos a convertir esa casa marcada por la tragedia en un hogar. La propiedad, con su fachada colonial holandés y su ubicación junto al río, había estado en el mercado desde el crimen, pero su precio había caído drásticamente hasta $80,000, una ganga que incluía muebles y electrodomésticos de los DeFeo. Para los Lutz, era una oportunidad imposible de rechazar, incluso si venía con un pasado que susurraba en cada esquina. Este capítulo, que marca su entrada en la narrativa de Amityville, no solo introduce a los nuevos protagonistas, sino que enciende la chispa de los eventos que transformarían la casa en un ícono del terror.
George Lutz, de 28 años, era un hombre alto y barbudo con un aire de determinación tranquila. Kathy, también de 28, era una madre devota con ojos cálidos. Ambos eran católicos practicantes, lo que influiría en su decisión de buscar una bendición para la casa. Daniel, Christopher y Missy eran hijos de Kathy de un matrimonio anterior, pero George los había adoptado legalmente. Vivían antes en Deer Park, en una casa más pequeña. Cuando el agente inmobiliario les mostró el 112 de Ocean Avenue, con sus cinco dormitorios, su sótano y su embarcadero, vieron un sueño hecho realidad.
No eran ajenos al pasado de la casa. El agente fue honesto: seis personas habían muerto allí, asesinadas por el hijo mayor de los DeFeo. Sin embargo, George y Kathy no eran supersticiosos.
“Las casas no matan gente. La gente mata gente”, dijo George.
Además, el precio era irresistible: $80,000 por una propiedad que valía al menos el doble, y con muebles incluidos. Firmaron el contrato el 17 de diciembre, y al día siguiente, un camión de mudanzas descargó sus pertenencias bajo un cielo gris que anunciaba nieve.
“No durarán”, murmuró una anciana a su esposo mientras veía a los niños correr hacia el jardín.
Apenas instalados, los Lutz decidieron tomar una precaución. Kathy sugirió que un sacerdote bendijera la casa. Contactaron al padre Ralph Pecoraro (también conocido como Padre Mancuso), un sacerdote de la diócesis de Rockville Centre. Pecoraro llegó el 18 de diciembre, mientras los Lutz desempacaban. Con una sotana negra, agua bendita, una cruz y un libro de oraciones, el sacerdote recorrió la casa habitación por habitación.
Fue en el segundo piso, en la antigua habitación de Ronald Sr. y Louise DeFeo, donde todo cambió.
Según Pecoraro, mientras asperjaba agua bendita sobre la cama, una voz grave y gutural resonó en el aire: “¡Fuera de aquí!”
Una nube de moscas negras apareció de la nada, zumbando alrededor de su cabeza.
Pecoraro salió temblando y advirtió por teléfono: “No duerman en esa habitación del segundo piso. Hay algo malo ahí.”
Esa noche, durante la cena, Missy preguntó:
“¿Quién es la niña que juega conmigo?”
Más tarde, George notó un olor extraño, como a podrido, en el sótano. En los días siguientes:
- Puertas que se cerraban solas
- Pasos en el pasillo cuando todos estaban abajo
- Un frío persistente, incluso con calefacción
George intentó racionalizarlo, pero Kathy comenzó a sentir una opresión, como si alguien la observara desde las sombras.
El pueblo de Amityville recibió a los Lutz con una mezcla de curiosidad y cautela. Algunos vecinos, como los O’Connell, les llevaron un pastel. Otros susurraban:
“¿Quién en su sano juicio se muda a un lugar así?”
Cuando Pecoraro enfermó días después —fiebre alta y ampollas en las manos—, algunos lo tomaron como una señal de advertencia.
Para los Lutz, esos primeros días fueron una mezcla de ilusión y desconcierto. La bendición del sacerdote, pensaron, cerraría el pasado. Pero lo que comenzó como un acto de fe se transformó en algo más oscuro.
Las “voces”, las moscas, la niña invisible: piezas de un rompecabezas que aún no entendían.
El 112 de Ocean Avenue parecía darles la bienvenida y al mismo tiempo advertirles.
Los 28 días que seguirían pondrían a prueba su resistencia, su cordura y su fe, transformando su llegada en el preludio de una leyenda que resonaría más allá de Long Island.
Las 28 Noches de Terror
EEl 18 de diciembre de 1975 marcó el inicio de la estadía de los Lutz en el 112 de Ocean Avenue, pero fueron los 28 días y noches que siguieron los que los arrastraron a un torbellino de miedo y desconcierto. Desde el momento en que el padre Ralph Pecoraro huyó tras su bendición fallida, la casa comenzó a revelar una presencia que los Lutz no podían ignorar. Lo que habían esperado que fuera un nuevo comienzo se convirtió en una pesadilla que pondría a prueba su cordura, su fe y su instinto de supervivencia. Estas 28 noches… transformaron el 112 de Ocean Avenue en un símbolo mundial del horror paranormal.
Cada día trajo nuevas sombras, cada noche un desafío mayor, hasta que el 14 de enero de 1976, la familia abandonó todo y escapó para no volver jamás.
Los primeros días fueron inquietantes pero soportables. El olor fétido que George había notado… reapareció… un hedor a podrido… Luego estaban los ruidos: crujidos, golpes suaves, gemidos desde el segundo piso… Los niños… se volvieron callados, y Missy hablaba de “Jodie”, una niña con ojos rojos que vivía en su armario.
A medida que pasaban los días, los fenómenos se intensificaron. Kathy encontró a George levitando, con los ojos en blanco. Las paredes rezumaban sustancia negra con olor a azufre. El cuarto del segundo piso era como un congelador. Los perros evitaban la casa. George se volvió obsesivo e irritable, sintiendo “algo” observándolo desde el embarcadero.
Kathy vio una figura oscura con cuencas vacías en una ventana. Aparecieron marcas rojas en su pecho. Los niños sufrían fenómenos extraños: camas que se sacudían solas, manos frías en la oscuridad. Missy dibujaba a “Jodie”, ahora con cuernos y ojos brillantes. El ambiente era opresivo, con sombras en los espejos y un perfume dulzón inexplicable.
Decidieron actuar. El padre Pecoraro se negó a regresar, pero les dio instrucciones para un exorcismo casero. Usaron agua bendita y una cruz, gritando: “¡En el nombre de Dios, salgan de este lugar!“. Por un momento, funcionó. Pero esa noche, un coro de voces guturales resonó desde el sótano. Las ventanas se abrieron solas, entró viento helado, se apagaron las velas. George vio un charco de líquido rojo que se evaporó ante sus ojos. Kathy rezaba mientras abrazaba a los niños.
Las últimas noches fueron un crescendo de horror. George veía una figura de cerdo con ojos rojos en el jardín. Hallaron huellas gigantes en el porche, muebles moviéndose solos, una silla en el tejado. Kathy tuvo visiones de Louise DeFeo, George vio el rostro de Ronald Sr. en un espejo roto. El perro se escondía bajo las camas. La casa parecía viva.
El 14 de enero de 1976, 3:15 a. m., la hora de los asesinatos DeFeo: el piano giraba en el aire, luces parpadeaban, hedor insoportable. Missy flotaba sobre su cama, envuelta en niebla negra. Las puertas se cerraban solas, un rugido inhumano desde el sótano. George tomó a los niños, Kathy una Biblia, y huyeron en coche sin mirar atrás.
La huida fue el fin de su estadía, pero no de su historia. En Deer Park, contaron todo a Jay Anson. Lo vivido —voces, visiones, levitaciones— desafió la lógica. Amityville se dividió: ¿realidad o fraude?. El 112 quedó vacío otra vez, sus ventanas circulares como ojos ciegos. Para los Lutz, esas 28 noches fueron el inicio de una odisea que los perseguiría el resto de sus vidas.
El Nacimiento de una Leyenda
Cuando los Lutz abandonaron el 112 de Ocean Avenue el 14 de enero de 1976, dejaron atrás no solo una casa, sino también una historia que estaba destinada a trascender las tranquilas calles de Amityville. Los 28 días de terror que relataron —susurros, levitaciones, figuras con ojos rojos— podrían haberse desvanecido en el olvido como un cuento de pueblo, pero una serie de eventos en los meses y años siguientes los catapultó al centro de la cultura popular. Este capítulo marca el nacimiento de la leyenda de Amityville, un proceso que comenzó con grabaciones en una cocina, pasó por las manos de un escritor y un par de investigadores paranormales, y terminó resonando en millones de hogares a través de libros, titulares y pantallas. El 112 de Ocean Avenue dejó de ser solo una casa para convertirse en un símbolo del miedo colectivo, una narrativa que mezclaba tragedia real con lo inexplicable.
El primer paso hacia la leyenda ocurrió poco después de la huida de los Lutz. Refugiados en la casa de la madre de Kathy en Deer Park, George y Kathy no podían guardar silencio sobre lo que habían vivido. Pronto, la noticia llegó a William Weber, el abogado de Ronald DeFeo Jr., quien vio una oportunidad. Weber… grabó 45 horas de testimonios en una cinta de casete. Esas grabaciones, llenas de detalles escalofriantes —el cerdo de ojos rojos, las moscas de Pecoraro, el piano girando— cayeron en manos de Jay Anson, un escritor y guionista de documentales que Weber contrató para darles forma. Anson… vio en la historia de los Lutz un potencial único.
Durante meses, Anson trabajó… Transformó las palabras crudas de George y Kathy en una narrativa coherente, añadiendo un tono de suspense. El resultado fue The Amityville Horror: A True Story, publicado en septiembre de 1977 por Prentice Hall. El libro… comenzaba con una advertencia: “Lo que sigue es una historia real”, un gancho que capturó la imaginación de un público ávido de lo sobrenatural. El libro vendió más de 3 millones de copias en su primer año, convirtiéndose en un éxito instantáneo.
Paralelamente, otro evento clave solidificó la leyenda: la visita de Ed y Lorraine Warren. En marzo de 1976, este matrimonio de investigadores paranormales llegó al 112 de Ocean Avenue… Lorraine afirmó sentir una “presencia abrumadora”, describiendo “energías oscuras”. Ed, mientras tanto, realizó bendiciones y tomó fotos, una de las cuales —mostrando una figura borrosa que algunos interpretaron como un niño demoníaco— se volvió icónica. Durante una sesión en el sótano, Pascarella entró en trance y habló de “algo atrapado” en la casa… Los Warren concluyeron que el 112 de Ocean Avenue estaba poseído por una fuerza maligna.
La visita de los Warren, transmitida en un especial de Channel 5 el 15 de abril de 1976, llegó a miles de hogares… Los titulares de los tabloides gritaban: “¿Es Amityville el Portal al Infierno?” o “Demonios en Long Island”. En Amityville… la intervención de los Warren… dio credibilidad a los eventos.
El lanzamiento del libro de Anson en 1977 amplificó todo esto. Las librerías… organizaron firmas de ejemplares con colas que daban la vuelta a la manzana. Los Lutz aparecieron en programas como The Merv Griffin Show. La frase “basado en hechos reales” se convirtió en un imán para lectores. El National Enquirer publicó fotos de la casa con titulares como “La Mansión del Diablo”. En Amityville, la casa se volvió un imán para curiosos… Los propietarios que la compraron tras los Lutz, James y Barbara Cromarty, instalaron un cartel de “Propiedad Privada”.
El impacto cultural fue inmediato. El libro inspiró charlas en universidades, clubes de fans… y una ola de imitaciones. Hollywood tomó nota, y en 1979 llegaría la película The Amityville Horror. Los Warren regresaron varias veces… Anson, que murió en 1980, dejó un legado que superó sus expectativas. Para muchos, la historia era una advertencia sobre los peligros de lo desconocido. En Amityville, el pueblo luchaba por mantener su identidad tranquila. El 112 de Ocean Avenue, con sus ventanas circulares ahora famosas, se alzaba como un faro de misterio, su leyenda recién nacida pero ya imparable, lista para crecer en las décadas por venir.
Controversias y Desmentidos
Tan pronto como The Amityville Horror de Jay Anson escaló a la cima de las listas de bestsellers en 1977, las grietas en su fachada de “historia real” comenzaron a aparecer. Lo que había cautivado al mundo como un relato escalofriante de posesión y terror empezó a desmoronarse bajo el escrutinio de escépticos, investigadores y quienes habían vivido en el 112 de Ocean Avenue después de los Lutz. Este capítulo explora las controversias que surgieron en los años siguientes, desde confesiones sorprendentes hasta desmentidos rotundos, revelando un entramado de exageraciones, intereses comerciales y contradicciones que desafiaron la narrativa oficial. Sin embargo, incluso mientras las pruebas se acumulaban en contra de los eventos paranormales, la leyenda de Amityville demostró una resiliencia asombrosa, aferrándose al imaginario colectivo como un mito que no necesitaba hechos para sobrevivir.
El primer golpe vino de una fuente inesperada: William Weber, el abogado de Ronald DeFeo Jr. y uno de los arquitectos iniciales de la historia. En 1979, mientras la película basada en el libro llenaba cines, Weber rompió su silencio. Con una sonrisa irónica, afirmó que los eventos descritos por los Lutz eran una “farsa creativa” ideada en una noche de copas. Según él, tras la huida de la familia en enero de 1976, se reunió con George y Kathy para discutir un posible libro. “Inventamos la mayor parte sobre unas botellas de vino tinto”, dijo Weber. Su motivación era doble: vengarse del sistema judicial y aprovechar el filón financiero que el caso prometía. Weber insistió en que fenómenos como las moscas, el cerdo de ojos rojos y las paredes rezumantes eran pura ficción.
La confesión de Weber encendió una tormenta. Los Lutz respondieron con furia, demandándolo por difamación en 1980. George defendió la veracidad de sus experiencias: “No necesitamos inventar nada; lo vivimos”. Sin embargo, las inconsistencias en su relato comenzaron a salir a la luz. Por ejemplo, afirmaron que las huellas de pezuñas encontradas en la nieve eran prueba de actividad demoníaca, pero no nevó ese día. El piano girando, las levitaciones y el líquido rojo no dejaron evidencia, y los vecinos negaron haber visto algo extraño. Investigadores como Stephen Kaplan publicaron obras como The Amityville Horror Conspiracy, donde argumentaron que los eventos eran imposibles desde lo físico y psicológico, sugiriendo una motivación económica.
Otro golpe vino del padre Ralph Pecoraro, el sacerdote cuya bendición supuestamente desató el caos. En una declaración jurada de 1979, desmintió partes clave de su historia. Admitió haber oído una voz que decía “¡Fuera de aquí!” por teléfono, no en persona, y negó lo de las moscas y la bofetada invisible. Su “enfermedad” fue una gripe común, no una maldición. “Exageraron mi papel por dramatismo”, afirmó. Esto debilitó uno de los pilares del relato: si el sacerdote no enfrentó horrores, ¿qué tan reales eran las vivencias de los Lutz?
Los propietarios posteriores añadieron más leña al fuego. James y Barbara Cromarty compraron la casa en 1977 y se propusieron desmentir la leyenda. “Es una casa normal”, dijo James. “No hay ruidos, no hay fantasmas, solo paz”. Las puertas cerradas eran bisagras defectuosas, y el frío, una caldera vieja. Vivieron 10 años sin incidentes. Los siguientes propietarios también reportaron una vida tranquila hasta 2017. Para ellos, el 112 de Ocean Avenue era solo una casa, no un portal al infierno.
Investigaciones externas reforzaron estos desmentidos. La Sociedad Americana de Investigación Psíquica no encontró evidencia de actividad paranormal. Los registros policiales no muestran reportes de los Lutz. Incluso Ed y Lorraine Warren fueron criticados: la figura “demoníaca” en fotos era un reflejo, y los ruidos, ecos de la casa vacía. Joe Nickell los acusó de amplificar la historia por fama y ganancias, lo que Lorraine negó hasta su muerte.
El debate público se polarizó. Los Cromarty demandaron a los Lutz y la editorial en 1977 por invasión de privacidad y pérdidas económicas. El pueblo cambió la dirección de la casa y modificó las ventanas. Mientras tanto, los creyentes organizaban vigilias, y los escépticos, respaldados por programas como 60 Minutes, veían el caso como una estafa que explotó la tragedia de los DeFeo.
A pesar de las controversias, la leyenda no murió. Los desmentidos, aunque convincentes, carecían del poder emocional del relato original. La confesión de Weber fue vista como un intento de desviar atención, y la calma de los Cromarty, como una negación obstinada. Las inconsistencias se perdieron en el ruido de una historia que ya había echado raíces. El 112 de Ocean Avenue, ahora silencioso, seguía atrayendo miradas. Este capítulo de dudas y revelaciones no destruyó la leyenda de Amityville; la volvió más compleja, un enigma que invitaba a cada generación a decidir qué creer.
Amityville en la Cultura Popular
El 27 de julio de 1979, la pantalla grande dio vida al 112 de Ocean Avenue con el estreno de The Amityville Horror, una película que llevó la historia de los Lutz de las páginas de un libro a los cines de todo el mundo. Dirigida por Stuart Rosenberg y producida por American International Pictures, la cinta, con James Brolin como George Lutz y Margot Kidder como Kathy, no solo marcó el comienzo de la inmortalidad cultural de Amityville, sino que desencadenó una avalancha de secuelas, productos y referencias que transformarían una tragedia local en un pilar del género del terror. Este capítulo explora cómo la casa de las ventanas circulares se convirtió en un fenómeno global, un nombre que evoca miedo y curiosidad décadas después de los eventos de 1974 y 1975, demostrando que la leyenda, alimentada por Hollywood y la imaginación colectiva, tenía un poder que trascendía las controversias y los desmentidos.
La película de 1979 fue un éxito inmediato. Con un presupuesto de $4.7 millones, recaudó más de $86 millones en taquilla, un logro impresionante en una era dominada por éxitos como Star Wars. Basada en el libro de Jay Anson, seguía fielmente la narrativa de los Lutz: la llegada a la casa, la bendición fallida del padre Mancuso (interpretado por Rod Steiger), y los 28 días de fenómenos escalofriantes —moscas, figuras demoníacas, ojos rojos en la niebla—. La banda sonora de Lalo Schifrin, con coros inquietantes que evocaban un réquiem infernal, amplificó la atmósfera de terror. Las ventanas circulares del 112 de Ocean Avenue, filmadas en una casa similar en Toms River, Nueva Jersey (porque los Cromarty negaron el permiso para usar la original), se convirtieron en un ícono visual, proyectadas en carteles con el lema “Por el amor de Dios, ¡salgan!”. Las audiencias salían de los cines temblando, algunos jurando que habían sentido un frío extraño en la sala, mientras las críticas, aunque mixtas —Variety la llamó “melodramática pero efectiva”—, reconocían su impacto visceral.
El éxito de la película abrió las compuertas a una saga que pocos могли anticipar. En 1982 llegó Amityville II: The Possession, dirigida por Damiano Damiani, una precuela basada libremente en los asesinatos de los DeFeo. Con un guion que exageraba los elementos sobrenaturales —posesión demoníaca explícita, incesto implícito—, fue un éxito menor pero estableció un patrón: cada cinta usaría el nombre “Amityville” como un imán, sin importar cuán tenue fuera su conexión con la historia original. Amityville 3-D (1983) introdujo gafas 3D y una trama sobre un escéptico que compra la casa, mientras que Amityville 4: The Evil Escapes (1989) trasladó la acción a una lámpara maldita enviada desde la casa. La saga continuó con títulos como Amityville: It’s About Time (1992), con un reloj poseído, y Amityville Dollhouse (1996), donde una casa de muñecas desata el caos. Para 2025, se han producido más de 30 películas, muchas directas a video, con presupuestos bajos y argumentos cada vez más extravagantes —Amityville in Space (2022) es un ejemplo reciente—. Aunque la calidad decayó, la marca “Amityville” seguía atrayendo a fans del terror de culto.
El fenómeno no se limitó al cine. El merchandising explotó en los años 80: camisetas con las ventanas circulares, pósters, maquetas de la casa, e incluso una edición especial del libro con fotos de la película. Las tiendas de discos vendían el vinilo de Schifrin, mientras que las tiendas de novedades ofrecían “kits de exorcismo” con cruces de plástico y agua “bendita”. En Halloween, las casas embrujadas recreaban el 112 de Ocean Avenue, y los disfraces de “George Lutz poseído” —barba falsa y hacha de juguete— se volvieron populares. La televisión también se sumó: especiales como In Search of… (1980) y Unsolved Mysteries (1990) analizaron el caso, mezclando entrevistas con recreaciones dramáticas. En la música, bandas de heavy metal como Anthrax hicieron guiños a Amityville en letras, y en 2005 Eminem mencionó la casa en su canción “Evil Deeds”, cementándola en la cultura urbana.
La influencia se extendió a otros medios. Novelas de terror como The House Next Door de Anne Rivers Siddons (1978) tomaron inspiración de Amityville, mientras que videojuegos como Dead by Daylight (2016) incluyeron mapas con casas suburbanas embrujadas que evocaban el 112. Programas de realidad como Ghost Hunters visitaron Amityville en 2006, buscando (sin éxito) pruebas paranormales, y podcasts modernos como My Favorite Murder dedicaron episodios al caso. La sátira también llegó: The Simpsons parodió la historia en un episodio de 1990 con una casa maligna, y Saturday Night Live hizo sketches sobre los Lutz huyendo de electrodomésticos poseídos. Cada referencia, seria o cómica, reforzaba la presencia de Amityville en el zeitgeist, convirtiéndola en un arquetipo del “lugar maldito” junto a iconos como la casa de Psycho.
En Amityville, el impacto fue agridulce. El pueblo se benefició del turismo —los negocios locales vendían camisetas y recorridos no oficiales—, pero los residentes resentían la invasión. Los Cromarty, que aún vivían en la casa durante el estreno de 1979, recibían cartas de fans y amenazas de “cazafantasmas” aficionados. En 1980, el municipio cambió la dirección a 108 Ocean Avenue y en 1990 modificó las ventanas para frenar a los curiosos, pero los autos seguían llegando, especialmente tras cada nueva película. Para 2005, un remake de The Amityville Horror con Ryan Reynolds revitalizó el interés, llevando a cientos a fotografiar la casa renovada. Los propietarios actuales, anónimos desde 2017, mantienen un perfil bajo, pero los drones y las redes sociales siguen capturando su fachada, ahora más genérica pero aún reconocible.
La fascinación perdura porque Amityville toca fibras profundas: el miedo a lo que acecha en lo cotidiano, la mezcla de crimen real y lo sobrenatural, la pregunta de qué es verdad y qué es invención. Las secuelas, aunque a menudo absurdas, mantienen viva la marca, mientras que documentales como My Amityville Horror (2012), con Daniel Lutz contando su versión, añaden capas de ambigüedad. En la era digital, foros de Reddit y videos de YouTube diseccionan cada detalle, desde las huellas imposibles hasta las fotos de los Warren, alimentando teorías conspirativas y debates. Incluso los escépticos, que ven el caso como un fraude comercial, reconocen su genialidad como narrativa. El 112 de Ocean Avenue, real o no, se ha convertido en un lienzo para nuestras pesadillas, un lugar donde Hollywood y la imaginación han construido un mito más grande que sus cimientos.
En 2025, Amityville sigue siendo un nombre que resuena. Las películas pueden ser risibles, el merchandising anticuado, pero la casa permanece en el inconsciente colectivo, un recordatorio de cómo una tragedia y un puñado de exageraciones pueden engendrar una leyenda inmortal. Desde aquella noche de 1979, cuando las primeras audiencias gritaron en los cines, hasta hoy, cuando los streamers exploran la saga en Twitch, Amityville ha demostrado que su poder no radica en la verdad, sino en lo que el público quiere creer. El 112 de Ocean Avenue, con o sin demonios, es ahora un ícono eterno del terror, un eco que no se desvanece.
La Casa Hoy
El 112 de Ocean Avenue —o más exactamente el 108, desde que el municipio cambió la numeración en 1980— sigue en pie en Amityville, Nueva York, al día de hoy, 4 de marzo de 2025. Esta casa, epicentro de una masacre brutal, una supuesta posesión demoníaca y un fenómeno cultural mundial, ha cambiado de manos numerosas veces desde que los Lutz huyeron en 1976. Sus icónicas ventanas circulares —que la hicieron inconfundible en carteles y películas— fueron sustituidas en 1990 por ventanas rectangulares, y su fachada blanca ha sido repintada repetidamente, como si cada capa de pintura buscara borrar las cicatrices de su oscuro pasado. Este capítulo final recorre la historia de la casa durante las últimas décadas, desde su venta tras la partida de los Lutz hasta su estado actual bajo dueños anónimos, revelando un lugar que parece haber encontrado una calma aparente, pero que nunca se ha librado del peso de su leyenda. Aunque los gritos y las cámaras se han apagado, el 112 continúa siendo un símbolo silencioso de cómo el mito puede sobrevivir más allá de los hechos.
Tras la salida de los Lutz, la casa permaneció vacía durante meses, una estructura de madera y ladrillo que nadie quería habitar. En agosto de 1977, James y Barbara Cromarty, una pareja de mediana edad sin interés en lo paranormal, la compraron por apenas $55,000, un precio irrisorio que reflejaba más la infamia que el valor real del inmueble. Los Cromarty, cansados de los rumores y los turistas, vivieron allí diez años, criando a sus hijos en un ambiente que describieron como “normal y tranquilo”. James, un agente de seguros de carácter práctico, reparó la caldera que los Lutz habían acusado de provocar un frío sobrenatural, mientras Barbara, ama de casa, llenó el hogar con risas y cenas familiares. Nunca reportaron ruidos extraños, visiones o malos olores; para ellos, la casa era simplemente una ganga que otros evitaban por superstición. Sin embargo, la constante molestia de adolescentes que tocaban el timbre y cartas de fanáticos del terror los llevó a venderla en 1987 a Peter y Jeanne O’Neill, quienes continuaron desmintiendo la leyenda.
Los O’Neill, una pareja jubilada, habitaron la casa hasta 1997 sin incidentes notables. Peter, un exmilitar, instaló focos de seguridad para disuadir a los curiosos, mientras Jeanne plantaba rosales en el jardín, como si las flores pudieran exorcizar el pasado. En entrevistas locales, afirmaron que el único “fantasma” era el flujo constante de autos que pasaban despacio por Ocean Avenue, sus ocupantes estirando el cuello para ver la famosa fachada. En 1997, vendieron la propiedad a Brian Wilson —no el músico—, un contador de Long Island— por $310,000, un precio que reflejaba la recuperación del mercado inmobiliario más que el aura de la casa. Wilson, un hombre reservado, vivió allí hasta 2010, manteniendo un perfil bajo y rechazando ofertas de productores que querían filmar documentales. “Es solo una casa”, dijo en una rara declaración al Newsday, “y una bastante bonita, si me lo preguntas”.
En 2017, la casa cambió de manos una vez más, esta vez a una pareja anónima que pagó $605,000 en una venta privada. Los nuevos dueños, conscientes de su historia, han evadido toda publicidad. Las cortinas están siempre cerradas, y un letrero de “Propiedad Privada” refuerza su deseo de privacidad. Agentes inmobiliarios locales dicen que la pareja hizo renovaciones internas —cocina moderna, baños nuevos—, pero mantuvo el exterior discreto, con un césped bien cortado y una cerca baja que no invita ni repele. A diferencia de los Lutz o los Cromarty, estos residentes no han hablado con la prensa, y no hay reportes de fenómenos extraños. La casa, ahora con paredes beige en lugar de blancas y sin las icónicas ventanas, podría pasar desapercibida para alguien que no conociera su pasado. Sin embargo, los drones de aficionados y los mapas de Google Street View aseguran que sigue siendo localizada, su dirección un secreto a voces entre los fans del terror.
Ronald DeFeo Jr., el origen humano de la saga, murió el 12 de marzo de 2021 en el Centro Médico de Albany, a los 69 años, tras décadas en prisión. Su fallecimiento, por causas no reveladas, cerró un capítulo tangible, pero no silenció las especulaciones. Sus apelaciones fallidas —incluyendo una en 2002 donde alegó que Dawn lo ayudó a matar antes de que él la traicionara— mantuvieron su nombre en los titulares, y su muerte reavivó debates en línea sobre las “voces” que afirmó escuchar. Para los Lutz, el tiempo también pasó: George murió en 2006 de un ataque cardíaco, Kathy en 2004 de enfisema, y sus hijos, ahora adultos, han dado entrevistas esporádicas, como Daniel en el documental My Amityville Horror (2012), donde insiste en que lo que vivió fue real. Los Cromarty, O’Neill y Wilson siguieron adelante, dejando atrás la casa sin mirar atrás.
En 2025, el 112/108 de Ocean Avenue es una paradoja: una residencia común para quienes la habitan, un mito inmortal para el mundo. Ningún dueño posterior ha reportado actividad paranormal; los ruidos, las levitaciones y los ojos rojos parecen haber quedado en 1975, si es que alguna vez existieron. Investigadores modernos, armados con equipos de alta tecnología, han visitado la zona con permiso limitado, pero sus hallazgos —temperaturas normales, sin anomalías electromagnéticas— refuerzan la idea de que la “maldición” era más psicológica que sobrenatural. Sin embargo, la casa sigue atrayendo. Postales en eBay, recorridos virtuales en YouTube y filtros de Snapchat con las ventanas originales mantienen su imagen viva. En octubre de 2024, un grupo de influencers intentó un “reto de 24 horas” cerca de la propiedad, solo para ser ahuyentado por la policía local.
El legado actual de la casa es silencioso pero persistente. No hay placas ni monumentos oficiales; su historia vive en la memoria colectiva, alimentada por más de 30 películas, libros y podcasts. Para algunos, es una advertencia sobre los peligros de la sugestión y el sensacionalismo; para otros, un recordatorio de lo desconocido que acecha en lo cotidiano. Los actuales residentes, escondidos tras su anonimato, parecen indiferentes a las cámaras que aún la buscan. El 112 de Ocean Avenue, despojado de sus rasgos más distintivos, ya no parece la “casa del horror” de las portadas, pero su esencia permanece. En 2025, sigue siendo un lugar donde el pasado y el presente coexisten, un hogar para unos pocos y una leyenda para millones, su “maldición” silenciada pero nunca olvidada.